viernes, 30 de agosto de 2013

El Inicio


Transcribo la Columna del Lancha Voltan publicada hoy en Rugby Fun
Su padre fue un excelente jugador de rugby. “En 10 minutos te pasan a buscar, estate listo” le habla su padre y él escucha mientras termina de usar el bidet. Su padre fue entrenador de todas las divisiones posibles, aunque este año es solo su hincha número 1. Jugó en los mejores seleccionados, 20 años atrás cuando el try valía 4 puntos y “era otro rugby” como siempre suelen decir los más grandes con un dejo de nostalgia. Era un excelente hooker. Tiraba el line con una mira, según dicen los que lo vieron, a pesar de que todavía no se podía levantar a los saltadores. 
“Ma, no encuentro las calzas y el short” grita el sin preocuparse por el tiempo. El juega al rugby desde los 6 años. De chiquito iba siempre al club a ver todos los partidos. Su papa lo llevaba desde temprano porque entrenaba la primera y quería ver la reserva.  Siempre arrancaba siendo el arenero del primer partido, lugar que se ganaba por llegar primero. Lo disfrutaba sabiendo que más tarde venían los de la decima y lo desplazaban vertiginosamente. Iba de visitante y de local, nunca faltaba a un partido, sin importar que sus amigos fueran solo de local.  No sabía si era o no fanático del rugby, pero ahí siempre estaba al costado de la cancha pateando pelotas de todas las formas y colores. Le encantaba meterse en el entretiempo y jugar un mini partido en la cancha de primera con toda la gente mirando, era como jugar en primera para él.
“¿Estas listo? Dale que en 5 minutos vienen eh” insiste el padre.  Su padre no lo llevaba esta vez al partido. Lo pasaba a buscar el padre de su mejor amigo, con su amigo e iban los 3 juntos. Esta vez tocaba jugar de visitante y salían más temprano. Era una de esas mañana bien frías de otoño, cielo despejado, donde el sol todavía no tenía incidencia en el clima. La octava le tocaba jugar de visitante en el sur. Este año su padre  decidió no entrenar y dedicarse a ver acompañar a su hijo. Ya le había prometido que uno o dos años iba a entrenar a su hijo con algunos amigos.  Pero esta vez como cuando jugaban de visitante iba directo con el partido empezado para ganarle un poco más de mañana al sábado.
“Espera que no encuentro el short y las calzas”, respondió el. Él nunca estaba listo. No usaba despertador. No le costaba levantarse. Esperaba siempre el llamado de su padre para bajar a desayunar. De ahí empezaba a buscar las cosas y a hacer el bolso. Era su primer año que hacia el bolso. Atrás habían quedado los sábados de salir cambiado de casa con los botines y la camiseta puesta. Sus primeros años de vestuario, de encontrarse con los amigos vestidos de civil, empezar a cambiarse y salir todos juntos a la cancha. Sus primeros ruidos de los botines contra el cemento.
Suenan tres bocinas fuertes. “Ahí están, bajá que vinieron a buscarte”. Pero él no estaba listo. Todavía no encontraba las calzas, ni los shorts, corría por la casa con el bolso abierto, iba y venía del lavadero al cuarto, pero sin éxito. Su padre al enterarse que no estaba listo se indignaba. No podía creer que no hiciera el bolso la noche anterior. Varias veces llegó a mencionarle que él dormía con la camiseta puesta, pero él era distinto. Todavía no había forjado su fanatismo por el juego, jugaba por inercia. Su abuelo había sido el primero en jugar, después su padre y también sus hermanos, que jugaban en juveniles. Le gustaba mucho pero todavía no se hacía tiempo ni de preguntarse si le gustaba o no.
“Perdón por la tardanza, pasa que mamá me esconde la ropa”, se excusaba él al padre de su amigo, que estuvo 5 minutos esperando en la puerta charlando con su padre. Él jugaba de apertura. Era el primer año que jugaban con el sentido de la cancha normal, ya no existía más la media cancha entre el ingoal y la mitad. La línea de touch era de 5 yardas menos y el largo igual al de los mayores. Ya se podía empezar a patear pero los entrenadores no los dejaban patear.
Ganaban mucho más de lo que perdían, aunque como todos los chicos eran muy malos perdedores. Sobre todo él. No se bancaba ni que le metan un try que se largaba a llorar de la bronca. Era puro sentimientos, ni se le pasaba por la cabeza si el rugby era o no su deporte, simplemente iba para adelante, como todos.
Llegaron al club del sur después de un largo viaje. Era una época donde no se cobraba estacionamiento a los visitantes, donde decir rugby profesional era mala palabra en todo el mundo. Solían ser muy puntuales, si no llegaban primeros era por culpa del roció que siempre se hacía presente en las canchas vírgenes de rugby. Ni los cubre palos estaban puestos. Esperaban en la cafetería que llegasen los compañeros para ir al vestuario y cambiarse. Eran 35 jugadores y se cambiaban todos al mismo tiempo. Los entrenadores omitían mencionar los equipos como la “A” y la “B” para no herir la susceptibilidades, pero los chicos sabían bien que los mejores jugaban los últimos 2 tiempos.
Se jugaban 4 tiempos de 20 minutos. Él jugaba los últimos dos como siempre. No era el capitán pero si era parte del grupo de chicos que jugaban desde los 6 años y estaban siempre juntos.  El resultado fue mucho a poco, como siempre contra este equipo. Lo único que los complicaba del rival era que tenía un gordo grandote, esos muy difíciles de bajar, esos que solo algunos se animaban a tacklearlos.  Apodado “Lomu” como a todos los imparables luego del mundial del rugby, el gigante se había encargado de hacer un par de tries para decorar el resultado.
Terminado el partido se venía la rutina de siempre. Primero el saludo con los rivales que los entrenadores incentivaban para que no se olviden. El rápido paso por el vestuario. Los chicos que se cambiaban sin bañarse. Algunos que se bañan por primera vez y otros que solo se lavan las rodillas sabiendo que el entrenador les exigiría que muestren las rodillas para ver quien no se había bañado y retarlo. Las felicitaciones de todos los padres que fueron a verlos. El tercer tiempo efímero con los hamburguesas grill.  Por último, la salida rajando con su padre para volver a ver la primera que jugaba en la otra punta del conurbano y no querían perderse ni un minuto.
Allí iban otra vez en el auto. Otra vez padre e hijo. Otra vez charlando. Hablando del partido. El padre haciendo hincapié en todos los errores al hijo, retándolo para que aprenda. El hijo escucha callado. Nunca interrumpe al padre. El padre quiere que su hijo mejore. El hijo quiere mejorar. No importaba que su hijo juegue de una posición distinta, sabe que lo primero y más importante es ser educado, después correr para adelante y tacklear. El hijo todavía no sabe si le gusta el rugby o no, si sueña con jugar en primera o no. Pero su padre va y el va también. Tal vez juegue en primera, tal vez se vaya de gira, tal vez deje de jugar por los estudios, tal vez no. El va con inercia y por ahora no piensa, no se hace preguntas, no duda, solo vive.
Libro de quejas: federicovoltan@yahoo.com.ar ; @fedevoltan

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